29 de abril de 2012



Javier Maqua sobre Módulo 10


Antes de nada, deciros que ya he visto Módulo 10 y daros la enhorabuena. Magnífica sin paliativos.
La idea de que ellas mismas (con vuestra mediación, obviamente) fabriquen el relato es estupenda y pocos cineastas –no recuerdo ninguno- la han llevado a cabo.  El neorrealismo puro –Zavattini- proponía hacer películas sobre casos reales interpretadas por sus auténticos protagonistas. Sólo lo logró una vez, en película olvidada. Zavattini y De Sica tuvieron que conformarse con elegir como actores personas cuya condición social se acercaba a la del personaje (así, el obrero protagonista de Ladrón de bicicletas). En los docudramas de Vivir cada día, proponíamos (neorrealismo puro) contar historia reales interpretadas por sus protagonistas, pero éramos nosotros los que componíamos el guión, y, en rigor, los que decidíamos lo que había que contar. No así vosotras que, más radicales y generosas, habías dejado que ellas elijan el relato. (Imagino que, además, ese procedimiento compaginaba perfectamente con los objetivos de la UTE, era una idea que facilitaba una mínima financiación y, sobre todo, el permiso y facilidades para rodar ahí dentro)
¿Y qué relato eligen (elegís)? Ah, qué maravilla. Ellas quieren contar su vida en melodrama, un melodrama de chúpate ésa. Y además quieren actuar, divertirse actuando. Nada de una ligera escaleta para ir pillando las piezas por sorpresa, a la manera del cazador docudramista que dispone sus señuelos y estrategias; nada de trampas; nada de vamos a ver qué pasa; nada de voz en off; nada de eso. ¡Un guión como Dios manda! Con escenas bien densas, nucleares y definidas (la despedida, el equívoco de la traición, la anagnórisis…); secuencias largas, donde están obligadas a decir esto o aquello con diálogos mitad estudiados mitad improvisados, pero con algunos pies forzados.    
Pergeñan, claro, un melodrama que sirva, que informe, que les facilite sus vidas crudísimas. Eligen una historia de amistad, de salvación, que acaba bien porque la amistad rota se restaura. Ellas quieren interpretar un magnífico culebrón carcelario, ser como estrellas de su propia telenovela, explicarse, ayudarse, pelearse, disculparse y volverse a “reajuntar”. Y se lo pasan pipa, pipísima. Se aplican a ello con una seriedad “profesional” (un deseo de “estar a la altura”) y un gracejo inigualable; poco importa que se aturullen o que Nancy tenga que recordar a Conchi que se le ha olvidado pedirle disculpas, eso también entra a formar parte del juego.
Choca la ausencia de funcionarios y vigilantes, la renuncia a retratar las rutinas que constituyen el fundamento del laberíntico horror carcelario. Pero hace falta ser tonto para no darse cuenta de que las condiciones del proyecto lo hacían imposible. Ello ablanda, por decirlo así, el mensaje.  Porque, pese a los horrores y dureza de lo que se cuenta y cómo lo expresan, es una película bondadosa, cariñosa, la película que ellas querían hacer y que también, seguro, querías vosotras. Una película que, además de conmover, sirva, ayude e informe. Una película con fe en el ser humano.

Javier Maqua

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