Cuando escuchas el golpe de la gran puerta automática cerrándose tras de ti, te das cuenta de lo que debe suponer para un recluso aquel instante.
A José Lobato, actor y leyenda viva del teatro asturiano, Alberto Pardo, director, y a mí, nos habían llamado Ángeles y Teresa, para su proyecto cinematográfico en el módulo de mujeres de la prisión de Villabona. Los cinco estábamos allí esperando que se abriese otra de las muchas puertas de gruesos barrotes que daban a los módulos. Nerviosos, íbamos haciendo bromas sobre si nos dejarían salir Tras entregar nuestros carnets en el segundo control, entramos a una especie de patio que comunicaba las oficinas con la prisión propiamente dicha. Villabona es un mamotreto impersonal hecho bajo los cánones americanos de máxima seguridad que no guarda proporción con la gente recluida. Unos muros extremadamente altos y unas alambradas igualmente desproporcionadas que hacen que te veas como en una de esas películas de Hollywood en la que el preso bueno, penado injustamente, tiene que defenderse del alcaide malo.
Por fortuna todo acaba ahí. Desde hace algún tiempo, en el módulo de mujeres nº 10, dos hombres, funcionarios, y dos mujeres, cineastas, están cambiando la forma de sobrellevar aquella estancia.
El largísimo pasillo va conectando los módulos, todos independientes entre si. Supongo que el 10 será como los demás. Entramos, de un habitáculo que hace las veces de dirección y control, de ahí se sale a un pabellón de dos pisos en forma de L. La base de ésta la forma el comedor, la otra es una sala alargada que en esta ocasión va a cumplir la función de salón de actos. Si cerrásemos esa L conformaríamos el patio al que se comunica desde la sala. En los pisos superiores celdas de 8 metros cuadrados, a veces compartidas por dos reclusas, intentan simular una vivienda normal; champús, jabones, ropa tendida y yogures enfriando en las ventanas.
En cuanto entramos, me abordó una chica que quería que le firmase en un papel. “A la chica mas guapa del módulo 10”, le puse. Estaba tan desubicado que olvidé preguntarle su nombre hasta que salimos, creo que se llamaba Bea. El salón de actos es un recinto rectangular diáfano. Para la proyección pusieron sillas en dirección a la pared del fondo donde cuelga una televisión comprada por Angeles y Teresa. Nos sentamos en taburetes de madera e hicimos las presentaciones. Había menos chicas de lo habitual ya que la hora coincidía con las cases de yoga, pero el público era perfecto. Sabías que no tenían nada que demostrar, que la reacción ante los cortometrajes iba a ser sincero. Puesto que no había ningún compromiso, nada les impediría levantarse e irse al patio a charlar. Durante la proyección de los cortos, nos sentamos en la parte de atrás. Primero pusieron el mío, “The Performance”, después la magnífica comedia “Entaina” de Alberto. En ambas proyecciones las carcajadas fueron continuas y la respuesta contundente, apoyada al final por sonoros aplausos.
Después de tantos sinsabores, de gastar tanto dinero, de ver como en los últimos años políticos chorizos de tres al cuarto acaban con la cinematografía asturiana, de tanta subvención a flipis y gonas, aquello era un premio. The Performance posiblemente será mi último trabajo cinematográfico, en aquella cárcel, ante un público que lejos de ser ignorante, tenía mucha preparación como pudimos comprobar en la pequeña charla que tuvimos al final. Sin duda fue el mejor colofón.
Desde aquí quiero dar las gracias a Ángeles Muñiz y Teresa Marcos, capitanas del proyecto global y luchadoras cineastas, ellas son quienes se merecen el verdadero aplauso. Y por supuesto a los educadores sociales, José Luis y Bernardo, artífices del cambio en el módulo. Ahora los pasillos están pintados de diferentes colores, hay una pequeña biblioteca (si, aquello se parecía a la película “Cadena Perpetua” de Tim Robins) y un par de espejos de cuerpo entero. Hay una sala donde se puede estar en silencio y, como pudimos comprobar, las colas para ir a recoger la comida se respetan y los gritos están ausentes durante la cena de las siete y media, señal de que la convivencia y el respeto van ganando terreno.
Sé que no se trata de un camino de rosas ni que todo será como se ve en una fugaz visita de algo mas de hora y media, pero es seguro que la callada labor de estas cuatro personas (y posiblemente algunos más) está dando sus frutos, prueba de ello es la baja reincidencia que se da entre las chicas que se fueron.
Enhorabuena porque entre tanta decadencia haya algo que merezca la pena.
Oscar J. González (Director de “The Performance”)
Febrero 2012
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